lunes, 12 de diciembre de 2011

Encierro

¿Qué más podía hacer? Nada, estaba atrapada en su propio cuerpo. Inmóvil hasta el más pequeño músculo, no podía ni respirar. Sólo mirar. Era como si ya estuviese muerta y solo le quedara la desesperación de poder ver y pensar, sin poder tocar un solo objeto o gritar la más mínima nota. En sus ojos se reflejaba toda la escena, y ella allí, sin poder hacer nada.
Pareciere que su mente se aprovechaba de la situación, dándole más y más vueltas al momento. El miedo que le invadía era terrible. Podía sentir el sudor cayéndole por la frente, la ropa pegándose cada vez más, mojada. Su desesperación aumentó aún más cuando sus ojos comenzaron a empañarse por mantenerlos abiertos, y no pudo distinguir ya nada en el pequeño salón.
Una luz, si. Una luz cuadrada amarilla, que le hacía recordar a un consultorio de odontología, se encendió. Ahora, se movía hasta apuntarle a la cara, y encandilarle. Como si ya no estuviese bastante cegada por la humedad en sus ojos. Sintió como la camilla vibró repentinamente, en una sacudida, y comenzó a reclinarse, hasta quedar completamente horizontal. Una aguja fría clavándose en su brazo, y el líquido helado viajando por sus venas. Quería gritar, quería salir corriendo. Al fin, el hielo llegó por su sangre hasta detener su corazón.