lunes, 25 de julio de 2011

Cielo.

Toda mi vida transcurre en un eterno silencio. Tal vez resulte difícil para ustedes imaginarlo, puesto que soy quién relata la historia, pero siempre he tenido ese gran problema de comunicación. Es por eso que escribo. Mis padres dicen que no siempre fui muda, pero en estos 15 años o desde que tengo memoria me las he ingeniado para transmitir lo que quiero mediante señas, lapiz y papel.


Estoy sentada a la derecha de un micro, viajando por el auitopista, recostada sobre el asiento reclinado y con mi cuaderno entre las manos. No puedo escribir nada, no hay inspiración, pero a la vez, el paisaje calmo que me rodea me insita a expresar algún sentimiento. A travéz del sucio vidrio de la ventana, y entre las cortinas rojas que dan un aspecto cálido al ambiente, veo un subir y bajar de cables de teléfono, el verde interminable del pasto, pocas y espaciadas casas, vacas y árboles, y cubriéndolo todo, el gigantesco cielo. Amo contemplar el lento desplazamiento de las nubes, la caída de las gotas, y el chocar de estas en mi ventana. Un ave salta de un desnudo árbol, y vuela para refugiarse bajo un techo. Realmente las envidio. Pueden cantar todo el día, sin limitaciones, llegar a tocar las nubes y zambullirse en el celeste. A diferencia de mí, que me encuentro atrapada, condenada a permanecer con los pies sobre la tierra y la realidad, cuando quiero en realidad, despegar, soñar. Estoy encerrada dentro de mi mente y el papel.

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